2008-09-01

JOSÉ NICOLÁS GONZÁLEZ: Prólogo

Como en El evangelio según San Mateo de Pasolini,
donde el Judas que corre hacia su muerte ya no es
un hombre, sino un torbellino, de estos últimos
momentos de la vida de Mishima se desprende el
olor de ozono de la energía pura.

Mishima o la visión del vacío, Marguerite Yourcenar



No deja de ser paradójico que alguien como yo escriba este prólogo. Lo digo por mi costumbre de no leer prólogos, prefacios o presentaciones, o dejarlos para el final, amén de renegar de los textos de solapas y contraportadas —siempre me parece haber leído otro libro—. Sin duda El almendro en flor roja merecía otro prologuista, se me ocurre que José Saramago, el escritor vivo más admirado por Pepe.

Pepe Criado pertenece a una generación a la que le tocó vivir, en su más incipiente juventud, el periodo histórico más crucial desde la Guerra Civil Española, y eso marca y diferencia, para bien y para mal. Y esa diferencia cualitativa ha hecho de él, una de esas contadísimas personas cuya trayectoria y evolución personal servirían para ilustrar el periodo que va de mediados de los años 70 a nuestros días, en cuanto a compromiso político, social, intelectual y artístico se refiere.
Todos los poetas —sí, poeta—tienen un origen y unas referencias, y Pepe Criado comenzó, como tantos, transitando la consabida senda del romanticismo y la poesía amorosa en sus años de adolescencia, para continuar con la poesía social hasta 1980, año en el que provoca una simbólica incineración ritual en la que pretendía no dejar ni un rescoldo de su obra pasada. Algo quedó.

Fueron los años en los que se caminaba por el lado salvaje. Por primera vez en la Historia de España, los movimientos musicales internacionales: el punk, la new wave y el mejor rock norteamericano llegaban en tiempo real y coexistían con los vinilos y casetes de los primeros grupos de la movida madrileña, el rock andaluz, los cantautores y las grandes bandas de los años 60 y primeros 70; la era dorada de la psicodelia, el movimiento hippy, la música progresiva y el underground. Sexo, drogas y rock and roll, sí, pero también literatura y arte de vanguardia, y la acelerada asimilación de toda la cultura que las cuatro décadas de dictadura franquista y el ancestral retraso español habían escamoteado.

Con el bagaje intelectual que le dieron los escritores del boom latinoamericano, la mejor poesía española, francesa e internacional, la narrativa y el teatro europeo más innovador, la beat generation y el realismo sucio; y en otro orden, el arte de vanguardia del periodo de entreguerras, el cine de Arrabal, Buñuel, García Berlanga, la nouvelle vague, el neorrealismo italiano, Pasolini y tantas otras influencias, se sumerge en un proceso creativo, coincidiendo con su estancia en Sevilla, que da comienzo a su obra de carácter más experimental: poemas fónicos, poesía visual, arte postal, acciones urbanas, happenings, performances e instalaciones, bajo el seudónimo de Miester Minio, su álter ego de los 80.

En 1985 comienza sus estudios sobre poesía y tradición oral de La Alpujarra—algo que fascina a Pepe desde que, siendo niño, su abuelo les contaba, a él y a sus hermanas, cuentos y fábulas al amor de la lumbre —ampliándolos posteriormente a otras partes de Andalucía, España e Iberoamérica, y centrándose principalmente en la poesía oral improvisada, vertiente esta, de la que es uno de los más importantes especialistas en lengua castellana. Publica diez volúmenes de esta especialidad, trabajo que concilia con la vuelta a la composición de poemas con un claro cariz trascendente que coinciden con su iniciación al estudio de la psicología transpersonal. En este periodo publica asimismo tres libros de autoayuda.

En consonancia con su militancia política y su compromiso social, a comienzos del tercer milenio trabaja como voluntario y posteriormente es contratado por Mujeres Progresistas de El Ejido, una de las escasas asociaciones que prestaba ayuda a los inmigrantes en la comarca del Poniente almeriense cuando se produjeron los llamados “sucesos de El Ejido” en febrero de 2000. De esta época data su segunda novela—su innominada primera novela es de 1983— El silencio de Fátima, que trata de las tribulaciones de un joven magrebí que llega en patera hasta las costas de Almería. En los últimos años, a su faceta creadora e investigadora, ha añadido la de asesor literario de varios autores, ayudándoles en la publicación de sus primeros libros.

La presente novela, la tercera de Pepe Criado, inicia una nueva etapa en su proceso creativo. Es sin duda la novela de un poeta—sí, un poeta—porque solo un poeta tiene la capacidad de aprehender el influjo de tan variadas disciplinas artísticas y asimilarlas a una narración, sin los corsés, prejuicios, complejos, miedos y cautelas que someten, a menudo, a los narradores más convencionales a la hora de enfrentarse a la experimentación y a la innovación formal y estructural. Sería algo más que contraproducente que en las líneas que voy a dedicar a esta obra revelara sus entresijos, pero me voy a permitir señalar algunas cuestiones.

Los temas de El almendro en flor roja son plenamente coherentes con la trayectoria anterior de Pepe Criado: el sexo, la muerte, la política, el compromiso y la lucha contra los convencionalismos sociales y el control religioso, el autoconocimiento, la relación con su entorno etcétera, aunque quizá la incorporación de un humor blanco, casi traslúcido, irónico pero no acre, represente una novedad. Un buen ejemplo de ello es la lúcida metáfora de un pueblo que vive en extraordinario éxtasis festivo, en una sostenida epifanía, que por decreto municipal durará un mes completo, en la más pura tradición surrealista hispana. Y hay más muestras de este humor blanco a lo largo de la novela.

Es también, sin dudarlo, su texto más complejo, y más meta-narrativo que meta-literario, en cuanto a que son tanto el narrador/introductor a través de sus personajes, como los personajes/narradores, los que reflexionan sobre la escritura de una novela “que se escribe sola”, empero, no convierte, las poco prolijas citas literarias, autores y teorías narrativas en el objeto principal de la novela. El espacio físico, la realidad, el deseo, los sueños, lo imaginario, lo ya escrito, lo que se escribe y escribirá, el tiempo presente, el pasado, el futuro, la plenitud, el vacío, el consciente y el inconsciente, la nada, los anhelos más íntimos; todo fluye en un continuum que trasciende la seguridad de lo absoluto.

No es raro, tratándose de un creador tan multidisciplinar, encontrarse con el uso de multitud de técnicas no específicamente literarias. En El almendro en flor roja aparecen, por ejemplo, técnicas musicales como una estructura contrapuntística en los primeros capítulos, con dos líneas melódicas, una en tercera persona y otra en una inusual y lírica segunda persona, o el uso del sampling, el collage sonoro que en uno de los capítulos se resuelve con la yuxtaposición de versos y estribillos de diferentes canciones. Asimismo son cuantiosos los ejemplos visuales usados a lo largo de la narración, fotos fijas, fundido en blanco: el pueblo, el espacio físico más reconocible va, a medida que trascurre la novela, diluyéndose hasta desaparecer como si del final de una secuencia cinematográfica se tratara. La imaginería religiosa se hace patente en el comienzo de uno de los capítulos con el remedo de una pietá estrictamente masculina en una de las escenas de sexo explícito, y son recurrentes las técnicas pictóricas o gráficas.

Se va acabando este prólogo y hasta ahora no había hecho mención a la importancia del erotismo en esta novela, el sexo como lucha contra las convenciones y normas sociales, pero también vivido como hedonismo trascendente, la ineluctable consumación de la pulsión de vida y la pulsión mortal, Eros y Tánatos en concelebración.

Este texto es pura energía a libre escape, energía que no atiende a convencionalismos ni literarios ni vitales, porque el autor extrae su contenido de la vida misma, sin necesidad de recurrir a juegos de espejo, tan comunes en la moderna ficción meta-mediática. La novela El almendro en flor roja, como las flores y tulipas del pintor José María Sicilia, de tan cercana y reconocible, discurre serena e indefectiblemente hacia la abstracción. Es la abstracta concreción de la novela de alguien que dejó de ser lo que no quería, un probo empleado de banca, para ser, con todas sus consecuencias, un creador, un artista, un poeta, sí.

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