2008-09-01

PEPE CRIADO: Aconteceres y razones para escribir narrativa

Comencé a escribir, despertando a la juventud, componiendo algunos poemas, descarado, imitando a Bécquer, y dedicados a la rubita que por aquel tiempo era el sueño de mis amores.

Ya por entonces vivía sumido en la circunstancial y lírica contradicción, por la edad, de no comprender en oposición los sentires íntimos y sociales de quienes me rodeaban. Supongo que para aplacar aquella mi ansia por la verdad, hasta 1980, escribí un buen número de poemas, que los críticos nombraron poesía social. De aquellos poemas sólo recuerdo ya una fiesta de luna llena donde convoqué a unos pocos amigos para quemarlos, rociados de champán biológico, en una hoguera.

Pero, al igual que mi adorada rubia se desdobló, como no me hacía mucho caso me enamoré de otra rubia salerosa, lo mismo ocurrió con mi afán por escribir: Comencé a escribir narrativa.

Leía bastante. En la infancia me apasionaron las historias gráficas, los cómics, luego, tras pasar por una buena cantidad de novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, que mi padre devoraba, llegué a los clásicos de aventuras, Julio Verne y los ingleses, para descubrir gozosamente a García Márquez, Vargas Llosa, pasando por ocasionales lecturas de Blasco Ibáñez o Benavente. Después, entre el montón de libros que sin ningún tipo de elección leía, llegaron Boris Vian, Bukowski, Genet… y esto sin entrar a desgranar las querencias de otros géneros artísticos, como el cine, aún recuerdo con emoción un ciclo, en Granada, con todas las películas de Fernando Arrabal, o la pintura, ya entonces abducido por El Bosco y por Joan Miró.

El caso es que muy pronto me puse a escribir narrativa con este bagaje de influencias, mas otro acontecimiento literario que siempre brilla en lo más profundo de mi personalidad y mi gusto por la narrativa: Aquellos cuentos orales que, en la infancia, mi abuelo nos contaba a mis hermanas y a mí a la luz de la lumbre en la chimenea. Desde entonces entrar en una novela o ver una película, o que alguien me hable y hable sin parar, fíjate qué cosa, a mí me traspone, me deja como embobado y pendiente de lo narrado hasta convertirlo en lo único importante de mi mundo.

De esta manera para 1983, año en que publiqué mi primer libro, y era de narrativa, ya tenía escrita una colección de relatos, que luego perdí en su mayoría. Ese mi primer libro publicado, de 60 páginas, que nació sin título y con uno de mis oníricos dibujos de aquella época como portada, encierra un texto explícitamente libre, tanto en temas como en la forma. El libro está dividido en distintos capítulos muy breves, pero relacionados entre sí, componiendo finalmente una novela corta. En cuanto a los temas tratados resultan los mismos, ahora en embrión, de las tres novelas cortas que escribí desde 2002 a 2008, años en que me tomé en serio, como más adelante veremos, mi pasión por escribir narrativa: Libertad sexual, denuncia de la opresión de la Iglesia, negación de las estructuras sociales convencionales…

Sí es cierto que este mi primer libro de narrativa, como otra de las constantes en mi novelística, está escrito en clave poética, escondiendo cierto humor, algo particular, y rebosando de una deslenguada magia, muy influida por el ya mentado Boris Vian, una cita suya cierra este libro, que, surrealista, inventa en cada frase la realidad como nueva.

Precisamente por ese tiempo, en 1982, dejé de escribir aquella poesía de queja colectiva, de carga política, de reivindicación social, porque, estaba entrando en una nueva etapa de mi evolución personal, no encontraba sentido a escribir desde lo negativo, desde lo que estaba mal, siempre según mi criterio, y empezaba a entender que la poesía, como la propia vivencia, podía tener otros valores.

El caso es que, causalidades de la vida, yo entonces vivía en Sevilla, descubrí un nuevo sentido para la poética a través de la imagen y todas las vertientes artísticas: Con el alter ego de Miester Minio trabajé toda la década de los años 80 en la poesía experimental, tanto visual como imaginando poemas sonoros, visivos o realizando acciones urbanas.

Aquí perdí el hilo azul de la narrativa. Bueno, no escribí nada al respecto pero, claro, seguí leyendo. Conocí a Muñoz Molina recién publicado su primer libro, una selección de relatos. Aunque no le vi más, seguí leyéndolo. Y aparecieron Anais Nin, Juan Goytisolo, Isabel Allende, José Saramago… y hubo, seguro, muchos autores y autoras más que me maravillaron, sin olvidar, por supuesto, los cíclicos best-seller que de poco a poco nos imponen, por presión social, los grandes grupos editoriales. Es decir, seguí, más que leyendo, devorando libros de narrativa, uno tras otro, sin parar.

Yo, que nunca he conducido, y no sé por qué, puede ser una de esas obligatorias direcciones del destino, si tal existe, recuerdo que iba leyendo una novela en el autobús y en una parada subió una señora de mediana edad que no dudó en elegir sentarse a mi lado, tras buscar con la mirada el lugar adecuado, cuando me vio el libro entre las manos, de igual manera que no tardó, notoriamente, en cambiarse de asiento cuando, con cara de horror, observó cómo abría la ventanilla y me deshacía, con clara decisión, de aquel libro enviándolo a la terrible solanera almeriense: Ha sido de las pocas novelas que una vez comenzada su lectura no pude terminar. Gloriosamente no recuerdo su autor o título.

En 1985 inicié mis investigaciones sobre la oralidad en La Alpujarra, Almería y Granada, que luego amplié a Andalucía e Iberoamérica, particularmente en la poesía oral improvisada. Este contacto tan directo con una poética vital tan esencial me llevó, a partir de 1991-92, a volver a escribir mi propia poesía, ya con un claro sentido transcendente por cuanto que coincidió con mi iniciación al estudio de la psicología transpersonal. Publiqué diez volúmenes sobre la oralidad, tres sobre autoayuda y ninguno de los poemas, que duermen la cibernética quietud del ordenador.

Un necesario salto en el tiempo, tan ocupado estaba con estas atribuciones y, por supuesto, leyendo, nos sitúa en 2002, después de haber trabajado como voluntario y como contratado, en Mujeres Progresistas de El Ejido, antes y después de los ataques racistas del 2000, y estaba terminando mi libro de ensayo Nuevas estampas de El Ejido, cuando, en el acumulado furor durante tantos años por escribir narrativa y no decidirme, comencé a esbozar la novela, corta, cortita, El silencio de Fátima.

El tema central narra las tribulaciones de un joven magrebí que llega en patera hasta las costas de Almería. El tono narrativo es lírico, el propio protagonista nos cuenta qué le ocurre, de una forma íntima, casi poética, de su llegada trágica, de su conseguir trabajo, de cómo vivir en las chabolas, de sentirse perseguido y de su transcender tanta limitación y tanta trampa social para llegar a considerarse, gran logro en la obligatoria baja autoestima que la sociedad receptora capitalista impone a los inmigrados, persona digna.

Como ya estamos en esa anunciada década en que por fin me decidí a escribir novela, tocó en los años 2005-2006 que bocetara y concluyera mi tercera novela, también corta, que este hecho se convertirá en costumbre, la titulada El almendro en flor roja. El protagonista resulta un escritor, llamado Juan Matías, que está escribiendo una novela, nos ofrece su discurso personal como escribidor, nótese la influencia de Vargas Llosa, a la vez que los aconteceres de su vida personal. A lo largo del texto el protagonista se va diluyendo en otro escritor que al final de la década de 1920 fundó el Partido Comunista de su pueblo y que es uno de los vigilantes en un campo de concentración para aniquilar fascistas durante la última guerra civil española.

Durante 2007 y 2008 he escrito mi siguiente novela, corta ¿verdad?, que he titulado Alpujarra Reality Show. En este texto vamos a conocer las cotidianas incidencias en la vida de una familia típica española, de pueblo, actual. Aquí el protagonista es toda la familia, digamos que el protagonista es coral.

También durante esta década de los años 2000 desarrollé un trabajo de profundidad en los entresijos de las técnicas narrativas apoyando en sus primeros libros, como asesor literario, a dos autores almerienses: Manuel Fernández Castilla y Miguel Milán. Con el primero preparé la edición de su novela El Gran Caracol, una deliciosa e imaginativa sucesión de mágicas aventuras planteadas para todo tipo de lectores, mayores o jóvenes, que el autor sitúa en el Reino de la Imaginación. Con Miguel Milán, un novelista con los atributos literarios bien puestos, que pronto se disputarán sus próximas novelas, para venderlas a miles, las más dinámicas casas editoriales, tuve la preciosa experiencia de dirigir, desde que comenzó a escribirla, y corregir, cuando la terminó, su novela de título El último derecho de pernada (Libertarias. Madrid 2008).

Mi trabajo con estos dos escritores fue doblemente complejo y, por ello, más atractivo en base al ingente esfuerzo empleado: Corregí frases y palabras, revisé sintácticas, pero en todo momento siendo consciente del natural condicionante de que el texto, no siendo de mi autoría, y tenía, por tanto, que respetar y potenciar el propio modo, en fondo y tono, narrativo de los autores, con el doble propósito de que mi intervención en sus textos no se notara, por un lado, y, por otro, de hacerles conscientes de sus propios valores creativos en el proceloso arte de escribir.

He de señalar que las novelas cortas que he escrito hasta ahora, incluida aquella innominada, tienen en común algunas características y, vistas desde cierta distancia, que los textos están terminados, bien pudiera observarse que las escritas a lo largo de la década de los años 2000, El silencio de Fátima, El almendro en flor roja y Alpujarra Reality Show, forman una trilogía, aunque esa no fue la intención del autor, o sea, mía:

1- La crítica a la normalidad, a lo aceptado como socialmente correcto dentro de la conciencia individual.

A través de sus experiencias, el sexo, la religión, la política, el pensamiento, los personajes ofrecen una visión libre de su personalidad y de sus relaciones, sin dejarse avasallar por las convicciones impuestas por el imaginario social.

2- En la estructura narrativa, el armazón de capítulos cortos sin, aparentemente, estar conectados.

Una estructura de este tipo permite al lector ir relacionando las distintas situaciones de los protagonistas de forma personal, tal vez intuitiva.

3- En el estilo, la voz íntima, vital e interior, y la profundidad psicológica de los personajes.

Los personajes tienen voz propia, escasamente uso la tercera persona, y los textos están contados en primera y, a veces, en segunda persona. De esta forma se completa el nivel intimista.

4- En la forma, el discurso poético.

La reflexión poética ayuda, sin llegar del todo al surrealismo, a la comprensión del lector de las sensaciones extraordinarias del personaje. Al lector le puede resultar fácil meterse en la piel del personaje.

5- Las reiteradas referencias a la música.
6- Constante relación en los textos con la literatura en general.

La interrelación entre los distintos géneros literarios, o artísticos, en el marco de la narrativa, a través de poemas, imágenes, o la alusión directa al propio proceso de creación literaria.

Y, ya al fin de estos artísticos comentarios, por cuanto que están relacionados con la actividad artística sin investigar si por sí mismos conllevan algún mérito literario, me queda por apuntar que en esta primavera de 2008 he comenzado a prepararme, documentalmente hablando, para escribir otra novela, quizá histórica, y no sé si larga o corta, basada en los últimos minutos de vida de un heterodoxo héroe andaluz: Abén Humeya, que tuvo el arrojo de enfrentarse al naciente y terrorista imperialismo español, el de los Reyes Católicos, a pesar de entender que no tenía posibilidad alguna de victoria.

Ahora sólo me queda comentar que escribo por la misma razón que tiene cualquier persona para expresarse, como un hecho inherente a la humanidad dicen unas voces, por la incorrecta canalización de la energía creadora, la sexual, dicen otras.

Sí es cierto que utilizo la narrativa para hacer visible, tal vez para asumirlo, el lado oscuro de esos rasgos de psicología social que se introducen en las personalidades individuales y se entienden como patrón de normalidad, excluyente, para la vida de cada cual. Por esto, cuando en algunas ocasiones me han preguntado, mentes impresionadas por algunas descripciones socialmente no normalizadas, si mi narración es autobiográfica he contestado que sí, que mis novelas son la autobiografía, no mía, de la sociedad que me ha tocado vivir.

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