2008-12-29

PEPE CRIADO: Los frutos de un almendro en flor roja

Esta novela puede ser una metáfora sobre la lucha de clases.

En general, nuestra sociedad sigue estando estructurada en dos clases, la clase dominante y la clase dominada.

Históricamente la clase poderosa ha utilizado las armas para someter. Y puede volver a usarlas siempre que se crea necesario.

Ahora, en las democracias occidentales el poder utiliza las ideas para seguir manteniendo en estructuras a las personas sometidas.

Con las ideas se crean mentalidades concretas, lo que es igual que decir formas de entender la vida. Así, hay quien entiende la vida para vivir en una prisión de oro o quien la entiende para vivir libre.

Desde este punto de vista, esta novela es un ejercicio de desobediencia, de protesta y de resistencia.

Considero bastante literario al texto de El almendro en flor roja, de una forma fragmentada, sin aparente continuidad, sin principio ni final, como es la propia vida: Flotando en el vacío cuántico.

Pero en ese infinito de nada que es el universo en que vivimos se genera la atracción-repulsión energética que define lo vivo.

En el vacío metafórico de esta novela igualmente se genera una lucha de fuerzas opuestas que nos llevan a plantearnos un problema ético:

¿Tenemos que pensar y que vivir como quieren las multinacionales, los gobiernos y las religiones?

¿Por qué debemos asumir las ideas que se nos imponen para subsistir como masa en vez de buscar nuestra realización como personas conscientes?

¿La hipócrita moral que lo religioso nos impone es obligatoria?

¿Cualquier aspecto en que se desarrolla la sexualidad es humano? ¿Debemos de aceptar que nuestra dimensión sexual sea reprimida y encauzada a los intereses del comercio y el poder?

¿Por qué nos doblegamos a las ideas dominantes?

¿Por qué creemos que la protesta, la desobediencia y la resistencia nos dan mala imagen social? ¿Nos permitimos la protesta y la desobediencia?

Esta visión de mi novela “El almendro en flor roja” es una de las posibles. ¿Hay más? ¿Son posibles otros frutos?


2008-09-22

MIGUEL CASTRO: Comentarios de un lector

Hola, Pepe, revisando las notas que tomé tras la lectura de la novela, me he dado cuenta de que todo está relacionado con este pasaje: "Esta novela no tiene ni pies ni cabeza, te dices, y es cierto, tienes razón como siempre porque el sentido común es de todos y a todos nos indica sencillamente un norte, una vía, una forma de discernimiento medio clara."

No pienso que le falten pies ni cabeza a esta novela, al contrario, tiene de todo, pero no ordenado a la manera en que el lector medio actual de nivel cultural medio está acostumbrado; como lector interesado en los personajes y temas que planteas (metaliteratura, política, sexo, crítica social y económica…), me parece un material riquísimo, muy bien escrito, elaborado con un talento natural pero también se aprecia el esfuerzo; sin embargo, en la disposición y organización de esos materiales, no tiene muy en cuenta a la mayoría del público lector, como si no hubiera un interés especial en alcanzar más fuerza y dotar al texto de mayor impacto para transmitir los ideales defendidos.

Al elegir la forma indirecta de presentación, a través de un personaje que intenta elaborar una novela, personaje que además no sabe cómo hacerlo, y que muestra a las claras sus limitaciones y a veces hasta incapacidad para materializar un conjunto organizado de mensajes, en mi opinión, aunque exista e incluso aportes una justificación, se va perdiendo fuerza, y con ello potencialidad de cambiar mentalidades, de alterar estados de opinión, de sobresaltar de verdad al lector. Por lo que yo entiendo, este siempre se sentirá a salvo de quienes no han sabido convencerlo sobre el fondo de las cuestiones, porque se escudará fácilmente en defectos de forma para quitarle razón y poder de persuasión. Claro que, puesto que tu intención es novelar como lo haría cualquiera, mostrando el río de la realidad en su continuo fluir, quizá no te hayas planteado tal intención de zaherir conciencias y cambiar en el acto formas de pensar, pero me extrañaría mucho con la fuerza de ese material.

Un ejemplo concreto para explicarme, no pretendas rebatirme tan pronto: en lo que respecta a la "venganza" política contra esas instituciones que ganaron la guerra del 36, pues no de otra forma se compensa por la humillación y el sufrimiento infligidos, una persona como yo se sentiría a disgusto, porque lo deseable sería consolidar la reconciliación y no despertar viejos fantasmas, por muy vivos que estén en el recuerdo de muchos miles de personas. Para alguien como yo, aun cuando sean muy duras y sangrantes las injusticias cometidas contra cientos de miles o millones de personas inocentes, que lo fueron, y poco a poco en España las vamos conociendo todos gracias a la literatura y al cine, no es menos cierto que debemos por el bien común contextualizarlas en un momento y en un país traumatizado por una guerra cruenta, y ya sabemos de lo que es capaz el ser humano en una lucha encarnizada, no paramos de verlo en otros países y épocas. Pues bien, para una persona como yo, ese intento de resucitar un cierto espíritu revanchista, no provoca apenas preocupación o inquietud, al quedar casi neutralizado en la novela precisamente por la poca entidad que suscita el personaje y la solidez organizativa de su creación.

¿Oportunidad desaprovechada? ¿Debemos darle tiempo al tiempo? Esta obra, ¿lograría modificar ese estado de opinión generalizado que de alguna forma represento en este presente? Pues quizá no por sí sola, pero junto a algunas otras, seguro que sí. Esta novela podría ser el paso adelante que parece estar gestándose ya en la sociedad española actual; con la buena acogida de algunos, y de escritores que continuaran ese camino, nadie es capaz de vaticinar el alcance y las consecuencias de los cambios que pudiera deparar. Lo cierto es que, como todo en esta vida, tales cambios conllevarían ventajas que todos disfrutaríamos, pero también inconvenientes que entre todos acabaríamos venciendo. De manera que, en definitiva, enhorabuena por la valentía de transitar la literatura para dirigirte a un objetivo vital plenamente sentido.

2008-09-14

ENRIQUE DURÁN: Mi amigo Pepe Criado

Mi amigo Pepe Criado no dejará nunca de sorprenderme.

Se trata de una personalidad literaria en toda regla sumida en un mundo bohemio auto construido que él mismo se ha encargado de mimar y acariciar, buscando una salida racional a un mundo que creo que no entiende y que no defiende.

Así me sorprendió un día diciendo que se iba a vivir a Turón, un precioso pueblo de La Alpujarra granadina que quizás sea de los pocos que aun conserva la magia y el embrujo de una Alpujarra ya más que sacrificada por el barato precio de la salida de los domingos.

Es de verdad un artista, capaz de refugiarse en su propia mente para escapar de las influencias lascivas que podrían desviarle de su trabajo y además capaz de mantener viva la llama de sus amigos, creando ilusión en las nuevas generaciones de personas que creen en un arte vivo y libre, capaz de hacer pensar.

Ha sabido en esta época transmitir su encanto y su saber a los más jóvenes y compartirlo con sus paisanos, sabiendo mantener dificultosas conversaciones tanto a nivel aristocrático como rural.
Me sorprende su humildad.

Su capacidad de no darle importancia a las cosas y a la vez defenderlas con uñas y dientes, porque el trabajo de una persona es quizás de lo mas valioso que tiene (me dijo una vez) y hay que defenderlo a ultranza, aun sabiendo que a veces la vida del artista es contrapuesta especialmente en un medio rural, donde todo lo que no sea coger una azada no es trabajo sino gandulería.

En definitiva, es todo un regalo para nosotros, tus amigos, esta novela, porque vuelve a ser una sorpresa más tuya Pepe, y estamos ansiosos por poder leerla y disfrutarla, porque seguro que nos recuerda a ti, una novela escrita desde la humildad y desde el trabajo ilusionante que seguro que desprende la magia de tu persona y de tu vida
GRACIAS POR TODO AMIGO
FELICIDADES

2008-09-01

FRANCISCO SECCI: Una novela sobre la soledad. EL MUNDO Almería 7.9.08

PEPE CRIADO: Aconteceres y razones para escribir narrativa

Comencé a escribir, despertando a la juventud, componiendo algunos poemas, descarado, imitando a Bécquer, y dedicados a la rubita que por aquel tiempo era el sueño de mis amores.

Ya por entonces vivía sumido en la circunstancial y lírica contradicción, por la edad, de no comprender en oposición los sentires íntimos y sociales de quienes me rodeaban. Supongo que para aplacar aquella mi ansia por la verdad, hasta 1980, escribí un buen número de poemas, que los críticos nombraron poesía social. De aquellos poemas sólo recuerdo ya una fiesta de luna llena donde convoqué a unos pocos amigos para quemarlos, rociados de champán biológico, en una hoguera.

Pero, al igual que mi adorada rubia se desdobló, como no me hacía mucho caso me enamoré de otra rubia salerosa, lo mismo ocurrió con mi afán por escribir: Comencé a escribir narrativa.

Leía bastante. En la infancia me apasionaron las historias gráficas, los cómics, luego, tras pasar por una buena cantidad de novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, que mi padre devoraba, llegué a los clásicos de aventuras, Julio Verne y los ingleses, para descubrir gozosamente a García Márquez, Vargas Llosa, pasando por ocasionales lecturas de Blasco Ibáñez o Benavente. Después, entre el montón de libros que sin ningún tipo de elección leía, llegaron Boris Vian, Bukowski, Genet… y esto sin entrar a desgranar las querencias de otros géneros artísticos, como el cine, aún recuerdo con emoción un ciclo, en Granada, con todas las películas de Fernando Arrabal, o la pintura, ya entonces abducido por El Bosco y por Joan Miró.

El caso es que muy pronto me puse a escribir narrativa con este bagaje de influencias, mas otro acontecimiento literario que siempre brilla en lo más profundo de mi personalidad y mi gusto por la narrativa: Aquellos cuentos orales que, en la infancia, mi abuelo nos contaba a mis hermanas y a mí a la luz de la lumbre en la chimenea. Desde entonces entrar en una novela o ver una película, o que alguien me hable y hable sin parar, fíjate qué cosa, a mí me traspone, me deja como embobado y pendiente de lo narrado hasta convertirlo en lo único importante de mi mundo.

De esta manera para 1983, año en que publiqué mi primer libro, y era de narrativa, ya tenía escrita una colección de relatos, que luego perdí en su mayoría. Ese mi primer libro publicado, de 60 páginas, que nació sin título y con uno de mis oníricos dibujos de aquella época como portada, encierra un texto explícitamente libre, tanto en temas como en la forma. El libro está dividido en distintos capítulos muy breves, pero relacionados entre sí, componiendo finalmente una novela corta. En cuanto a los temas tratados resultan los mismos, ahora en embrión, de las tres novelas cortas que escribí desde 2002 a 2008, años en que me tomé en serio, como más adelante veremos, mi pasión por escribir narrativa: Libertad sexual, denuncia de la opresión de la Iglesia, negación de las estructuras sociales convencionales…

Sí es cierto que este mi primer libro de narrativa, como otra de las constantes en mi novelística, está escrito en clave poética, escondiendo cierto humor, algo particular, y rebosando de una deslenguada magia, muy influida por el ya mentado Boris Vian, una cita suya cierra este libro, que, surrealista, inventa en cada frase la realidad como nueva.

Precisamente por ese tiempo, en 1982, dejé de escribir aquella poesía de queja colectiva, de carga política, de reivindicación social, porque, estaba entrando en una nueva etapa de mi evolución personal, no encontraba sentido a escribir desde lo negativo, desde lo que estaba mal, siempre según mi criterio, y empezaba a entender que la poesía, como la propia vivencia, podía tener otros valores.

El caso es que, causalidades de la vida, yo entonces vivía en Sevilla, descubrí un nuevo sentido para la poética a través de la imagen y todas las vertientes artísticas: Con el alter ego de Miester Minio trabajé toda la década de los años 80 en la poesía experimental, tanto visual como imaginando poemas sonoros, visivos o realizando acciones urbanas.

Aquí perdí el hilo azul de la narrativa. Bueno, no escribí nada al respecto pero, claro, seguí leyendo. Conocí a Muñoz Molina recién publicado su primer libro, una selección de relatos. Aunque no le vi más, seguí leyéndolo. Y aparecieron Anais Nin, Juan Goytisolo, Isabel Allende, José Saramago… y hubo, seguro, muchos autores y autoras más que me maravillaron, sin olvidar, por supuesto, los cíclicos best-seller que de poco a poco nos imponen, por presión social, los grandes grupos editoriales. Es decir, seguí, más que leyendo, devorando libros de narrativa, uno tras otro, sin parar.

Yo, que nunca he conducido, y no sé por qué, puede ser una de esas obligatorias direcciones del destino, si tal existe, recuerdo que iba leyendo una novela en el autobús y en una parada subió una señora de mediana edad que no dudó en elegir sentarse a mi lado, tras buscar con la mirada el lugar adecuado, cuando me vio el libro entre las manos, de igual manera que no tardó, notoriamente, en cambiarse de asiento cuando, con cara de horror, observó cómo abría la ventanilla y me deshacía, con clara decisión, de aquel libro enviándolo a la terrible solanera almeriense: Ha sido de las pocas novelas que una vez comenzada su lectura no pude terminar. Gloriosamente no recuerdo su autor o título.

En 1985 inicié mis investigaciones sobre la oralidad en La Alpujarra, Almería y Granada, que luego amplié a Andalucía e Iberoamérica, particularmente en la poesía oral improvisada. Este contacto tan directo con una poética vital tan esencial me llevó, a partir de 1991-92, a volver a escribir mi propia poesía, ya con un claro sentido transcendente por cuanto que coincidió con mi iniciación al estudio de la psicología transpersonal. Publiqué diez volúmenes sobre la oralidad, tres sobre autoayuda y ninguno de los poemas, que duermen la cibernética quietud del ordenador.

Un necesario salto en el tiempo, tan ocupado estaba con estas atribuciones y, por supuesto, leyendo, nos sitúa en 2002, después de haber trabajado como voluntario y como contratado, en Mujeres Progresistas de El Ejido, antes y después de los ataques racistas del 2000, y estaba terminando mi libro de ensayo Nuevas estampas de El Ejido, cuando, en el acumulado furor durante tantos años por escribir narrativa y no decidirme, comencé a esbozar la novela, corta, cortita, El silencio de Fátima.

El tema central narra las tribulaciones de un joven magrebí que llega en patera hasta las costas de Almería. El tono narrativo es lírico, el propio protagonista nos cuenta qué le ocurre, de una forma íntima, casi poética, de su llegada trágica, de su conseguir trabajo, de cómo vivir en las chabolas, de sentirse perseguido y de su transcender tanta limitación y tanta trampa social para llegar a considerarse, gran logro en la obligatoria baja autoestima que la sociedad receptora capitalista impone a los inmigrados, persona digna.

Como ya estamos en esa anunciada década en que por fin me decidí a escribir novela, tocó en los años 2005-2006 que bocetara y concluyera mi tercera novela, también corta, que este hecho se convertirá en costumbre, la titulada El almendro en flor roja. El protagonista resulta un escritor, llamado Juan Matías, que está escribiendo una novela, nos ofrece su discurso personal como escribidor, nótese la influencia de Vargas Llosa, a la vez que los aconteceres de su vida personal. A lo largo del texto el protagonista se va diluyendo en otro escritor que al final de la década de 1920 fundó el Partido Comunista de su pueblo y que es uno de los vigilantes en un campo de concentración para aniquilar fascistas durante la última guerra civil española.

Durante 2007 y 2008 he escrito mi siguiente novela, corta ¿verdad?, que he titulado Alpujarra Reality Show. En este texto vamos a conocer las cotidianas incidencias en la vida de una familia típica española, de pueblo, actual. Aquí el protagonista es toda la familia, digamos que el protagonista es coral.

También durante esta década de los años 2000 desarrollé un trabajo de profundidad en los entresijos de las técnicas narrativas apoyando en sus primeros libros, como asesor literario, a dos autores almerienses: Manuel Fernández Castilla y Miguel Milán. Con el primero preparé la edición de su novela El Gran Caracol, una deliciosa e imaginativa sucesión de mágicas aventuras planteadas para todo tipo de lectores, mayores o jóvenes, que el autor sitúa en el Reino de la Imaginación. Con Miguel Milán, un novelista con los atributos literarios bien puestos, que pronto se disputarán sus próximas novelas, para venderlas a miles, las más dinámicas casas editoriales, tuve la preciosa experiencia de dirigir, desde que comenzó a escribirla, y corregir, cuando la terminó, su novela de título El último derecho de pernada (Libertarias. Madrid 2008).

Mi trabajo con estos dos escritores fue doblemente complejo y, por ello, más atractivo en base al ingente esfuerzo empleado: Corregí frases y palabras, revisé sintácticas, pero en todo momento siendo consciente del natural condicionante de que el texto, no siendo de mi autoría, y tenía, por tanto, que respetar y potenciar el propio modo, en fondo y tono, narrativo de los autores, con el doble propósito de que mi intervención en sus textos no se notara, por un lado, y, por otro, de hacerles conscientes de sus propios valores creativos en el proceloso arte de escribir.

He de señalar que las novelas cortas que he escrito hasta ahora, incluida aquella innominada, tienen en común algunas características y, vistas desde cierta distancia, que los textos están terminados, bien pudiera observarse que las escritas a lo largo de la década de los años 2000, El silencio de Fátima, El almendro en flor roja y Alpujarra Reality Show, forman una trilogía, aunque esa no fue la intención del autor, o sea, mía:

1- La crítica a la normalidad, a lo aceptado como socialmente correcto dentro de la conciencia individual.

A través de sus experiencias, el sexo, la religión, la política, el pensamiento, los personajes ofrecen una visión libre de su personalidad y de sus relaciones, sin dejarse avasallar por las convicciones impuestas por el imaginario social.

2- En la estructura narrativa, el armazón de capítulos cortos sin, aparentemente, estar conectados.

Una estructura de este tipo permite al lector ir relacionando las distintas situaciones de los protagonistas de forma personal, tal vez intuitiva.

3- En el estilo, la voz íntima, vital e interior, y la profundidad psicológica de los personajes.

Los personajes tienen voz propia, escasamente uso la tercera persona, y los textos están contados en primera y, a veces, en segunda persona. De esta forma se completa el nivel intimista.

4- En la forma, el discurso poético.

La reflexión poética ayuda, sin llegar del todo al surrealismo, a la comprensión del lector de las sensaciones extraordinarias del personaje. Al lector le puede resultar fácil meterse en la piel del personaje.

5- Las reiteradas referencias a la música.
6- Constante relación en los textos con la literatura en general.

La interrelación entre los distintos géneros literarios, o artísticos, en el marco de la narrativa, a través de poemas, imágenes, o la alusión directa al propio proceso de creación literaria.

Y, ya al fin de estos artísticos comentarios, por cuanto que están relacionados con la actividad artística sin investigar si por sí mismos conllevan algún mérito literario, me queda por apuntar que en esta primavera de 2008 he comenzado a prepararme, documentalmente hablando, para escribir otra novela, quizá histórica, y no sé si larga o corta, basada en los últimos minutos de vida de un heterodoxo héroe andaluz: Abén Humeya, que tuvo el arrojo de enfrentarse al naciente y terrorista imperialismo español, el de los Reyes Católicos, a pesar de entender que no tenía posibilidad alguna de victoria.

Ahora sólo me queda comentar que escribo por la misma razón que tiene cualquier persona para expresarse, como un hecho inherente a la humanidad dicen unas voces, por la incorrecta canalización de la energía creadora, la sexual, dicen otras.

Sí es cierto que utilizo la narrativa para hacer visible, tal vez para asumirlo, el lado oscuro de esos rasgos de psicología social que se introducen en las personalidades individuales y se entienden como patrón de normalidad, excluyente, para la vida de cada cual. Por esto, cuando en algunas ocasiones me han preguntado, mentes impresionadas por algunas descripciones socialmente no normalizadas, si mi narración es autobiográfica he contestado que sí, que mis novelas son la autobiografía, no mía, de la sociedad que me ha tocado vivir.

CARMELO RUIZ TORRES: Collage, ilustración para la portada

GERMÁN MUÑOZ: Texto de contraportada

Al igual que al campo, a la vida no se le pueden poner lindes. Hay quien pretende dibujar con tiza en el suelo trémulas líneas delimitadoras, para vivir satisfechos de su falsa sensación de seguridad. Olvidan, claro, que sus líneas van comiendo el espacio de los demás, oprimiendo sus vidas.

El escritor Juan Matías vive encerrado entre muchas de esas líneas de tiza, y a través de su obra, de su pensamiento y, sobre todo, de su propia forma de vivir la vida, va a hacer todo lo posible por borrarlas y poder ser, al fin, libre.

El almendro en flor roja La pasión de Juan Matías es una novela que canta a la libertad de cada hombre. Libertad para pensar, para ser e, incluso, para equivocarse. Es una novela que busca el corazón del lector y señalarle sin rubor cuáles son esas líneas que le están oprimiendo. Quizá algún día, con un poco de suerte, hayamos podido borrar todas esas líneas.

Pepe Criado (Granada, 1959) ha escrito durante más de treinta años. Con influencias tan dispares –quizá no- como Arrabal, Vian o la tradición oral, se ha movido por la poesía, el dibujo y la narrativa como un pez en el agua: sobreviviendo gracias a ella. En ésta novela ha volcado muchas de sus inquietudes recurrentes, como la tolerancia, la libertad y la esperanza de que algún día la razón venza a la fuerza.

EL ALMENDRO EN FLOR ROJA Primeras páginas

Al ser de día, decidida a llegar la luz, el pueblo es fresco, la gente ya está levantándose y las calles desiertas inspiran confianza, tranquilidad. Con la primera claridad en las montañas, los balates, las casas, tampoco ahora despiertan, al igual que los centenarios olivos, de la imponente presencia, del estar un día y otro día y cada noche. En la fuente de las afueras tres caños de agua borbotean como siempre y desde allí se ve al pueblo inundarse de luz.

Un coche se va por la carretera. Algunas ventanas están abiertas. El aire quieto. Los grillos. Los pájaros. La hierba. Los árboles. Todo sereno impasible, estando. El sol rojo. Un hombre sale de su casa y desaparece entre las calles. Y otro. Alguien que llama. Alguien que también se va.

A la salida del sol se destapa un bullicio poco a poco incesante. Más voces. Pasos. Una mujer llena agua de la fuente. Viste de negro. Tiene el pelo un poco cano pero su edad es indefinible.

Un perro. Otro. Y al cuidado de su botella la mujer observa la inusual fila de coches que se acerca cuando se cruzan con el vehículo que acaba de salir del pueblo.

Se derrama el agua. La mujer tapa la botella, pone otra a llenar y ya se ha olvidado de los coches que la tenían abstraída. Un hombre que se dirige a la vega le saluda. Las moscas.

El pueblo ya reluce cuando abre el primer bar, el segundo. Hay dos bares para tomar el café de la mañana. Y la copa. El dueño del bar que está en la plaza de la iglesia se queda en la puerta. Respira. Todavía no ha llegado ningún cliente y aprovecha. El ruido de los motores que se acercan. Los coches aparcan en la plaza. Uno, dos, cinco, quince, veinte. Llegan completos y la gente entra en el bar.

El dueño del bar llama a su mujer para que le ayude porque veinte por cuatro ochenta y le faltan manos para servir tanto café y tanta copa. Van uniformados y algunos llevan instrumentos. Son músicos. Es una banda de música. Completa.

La mujer pone los cafés y los músicos lo toman en la calle porque dentro no hay sitio para todos. Oye que la banda ha venido a tocar a la plaza del pueblo durante ocho horas porque todos juntos hicieron un ruego al santo durante las últimas fiestas y como se ha concedido tienen manda. Ocho horas todos los días durante un mes pero ella apenas se sorprende porque no da avío con los cafés y porque ve propio que las mandas al santo se cumplan, si no para qué.

Los músicos toman sus cafés, sus copas, sus instrumentos y como también han traído sillas se van acomodando en mitad de la plaza. En grupo, ordenados en familias de instrumentos.

Primero se para a mirarlos, mientras afinan, un hombre que lleva sombrero y un mulo. Luego, en pleno tropel sonoro, cada instrumento a su aire, se le unen dos mujeres que todas las mañanas andan juntas a esta hora. Y varios chiquillos despeinados que todavía no han desayunado ni se han lavado la cara.

La alcaldesa se despierta de pronto antes de beber el café de cada mañana cuando camino del bar se encuentra de sopetón con la banda y un numeroso grupo de vecinos mirando. Pregunta al hombre del mulo pero no sabe nada. Y se dirige al director.

La alcaldesa, mientras por fin se toma su café, que esta mañana le sabe a poco, comenta con el dueño del bar. Una banda de música va a tocar en la plaza ocho horas todos los días durante un mes. Fuma. Tendrá que hablar con los concejales y con el secretario.

Mientras tanto la banda ya se oye tocar de forma ordenada. Una pieza. Paquito el chocolatero despierta a los vecinos que aún esperan la alarma del despertador y a los demás también.

La plaza está llena de gente. En el bar no paran de hacer cafés. Por corrillos se habla sobre el poder del santo, lo milagroso que es que hasta una banda de música entera ha venido a cumplir. Se oye la saeta de Serrat y el director de la sucursal, que tarda en abrir el banco, se emociona. Los maestros esta mañana no necesitan abrir la escuela porque los niños se agrupan en la plaza, primero embobados fijos en la banda y luego correteando aquí y allá en pequeños grupos.

Las gentes reunidas miran con alegría. Que si no es posible. Que vaya sorpresa. Si no me lo puedo creer. Que si tomamos un café tranquilos porque los del bar ponen sillas y mesas bajo los árboles.

Desde la fuente y desde todo el pueblo, recogido en un pequeño valle, se escucha la música con nitidez. Pero alguien ha dicho que no son ocho horas, que van a tocar todos los días de ocho a tres.

Las palomas revolotean en la fuente. Toda la gente del pueblo está en la plaza. Son las nueve de la mañana y los vecinos repiten de cuando en cuando que ya me tengo que ir, que tengo que abrir, que tengo que si la vega, que tengo que la obra, pero nadie se mueve.

A las diez los músicos ya están sudando y despecherados. No hace mucho calor, pero a esta hora ya les da el sol. El director pregunta al dueño del bar que si se pueden distribuir bajo los árboles, en un sitio fijo para todos los días en el que estén cómodos. Pero al del bar le brillan los ojos de satisfacción y ya había pensado por su cuenta en instalar un toldo que sirva de refugio a los músicos de los calores y que, claro, permita el buen uso de sus sillas y sus mesas para atraer clientes.

Así, los músicos vuelven a tomar otros ochenta cafés e instalan por hoy sillas e instrumentos bajo los árboles en un rato de descanso. En el bar ya hay un tercer camarero.

Cuando la alcaldesa advierte desde su despacho que la banda no toca, sale al balcón abierto, para oírles, y observa que descansan. Es en ese momento cuando piensa que está bien que la corporación que preside invite a la banda, a un bocadillo, a un refresco, como signo de bienvenida.

Pero son ochenta bocadillos surtidos y en el otro bar, ahora por fin contentos porque llevan toda la mañana sin vender un café con la puta banda, tardarán como una hora en prepararlos.

A las once en punto la alcaldesa ofrece al director de la banda un nuevo descanso, ahora con aperitivo en nombre de todos los vecinos. Pero a esa hora apenas ya queda nadie en la plaza, las tiendas han abierto, la escuela y el banco, la papelería. A esa hora ya cada cual está en lo suyo pero, como la alcaldesa, todos tienen puertas y ventanas abiertas para oír las piezas.

En ese barullo de bocatas, gritos y destapar de cervezas nadie advierte al hombre que se sienta y sonríe en una silla que ha traído de su casa. Es Juan Matías. Es escritor, sordo y mudo, y en estos días está leyendo un libro de José Saramago que mantiene bajo el brazo. Estudió en la capital y ya ha publicado varios volúmenes, incluso uno sobre el pueblo.

Juan Matías no bebe café, no toma nada. Se ha sentado bajo los árboles apartado lo más posible de los músicos y sonríe. Además de leer contundentemente a Saramago Juan Matías está escribiendo una novela. Es su primera novela. Hace años que le tiene ganas pero hasta ahora la novela no se ha dejado, se ha escurrido entre sus manos como diciendo que no es el momento. Mañana. Y ese mañana se ha dilatado tanto que Juan Matías, que ya ha pasado los cuarenta, ha estado haciendo intentos para escribir su novela durante los últimos veinte años.

Pero ahora, por fin, se sienta en su mesa preferida para escribir y da rienda suelta a la pluma, al boli, porque la novela se está escribiendo sola, aunque Juan Matías a veces piensa si su novela la está escribiendo otro o, lo que es peor, lo mismo escrita ya está y yo me hago el interesante.

El caso es que está sentado en la plaza. Enfrente tiene a la banda. Bajo los árboles hay otros dos hombres. Alguien pasa de cuando en cuando y mira.

Juan Matías también mira pero, claro, no oye nada Sólo sonríe. Su sinfonía es de movimientos, de brazos, de manos, de ojos, le parece que cada músico es en sí mismo un concierto de gestos, de expresiones que describen historias.

Se fija en los músicos de uno en uno para leer lo que dice. La cara le cuenta las emociones del día, de enfado, de amor, de alegría, si ha discutido, si no se enfrenta a nadie y rumia sus convicciones, si vive este día o si espera con impaciencia que llegue la noche sin sentido.

En los ojos observa el estado en que el músico tiene situada su conciencia, si es autosuficiente, si está deprimido, si tiene confianza en sí mismo. Y con una lectura simultánea de la mirada y de los movimientos de la boca puede entender si vive o no el presente, si proyecta sus deseos y querencias al futuro para no vivirlos, porque no se atreve o no sabe.

Pero donde termina de descubrir la personalidad del músico es en los movimientos de las manos. Juan Matías ve si tiemblan, si se aceleran, si armónicas en su recorrido o tensas. Si los dedos son hojas que tintinean o aire. O se retuercen crispadas sobre una muñeca perdida.

Por esto es por lo que sonríe Juan Matías sentado ante la banda. Él ve un mar de percepciones de vida y de viento, con olas que son miradas, con ciclones que son presencias contundentes, con remolinos que son voluntades que flaquean, con oscuros como agujeros de timideces y con luz que es el agua que envuelve a todo y armoniza, serena esa energía en una danza dulce, en un núcleo de paz esencial que se une a los árboles, al pueblo, al valle y a todo.

JOSÉ SERRANO DE LARA: Para un retrato de Pepe Criado



JOSÉ NICOLÁS GONZÁLEZ: Prólogo

Como en El evangelio según San Mateo de Pasolini,
donde el Judas que corre hacia su muerte ya no es
un hombre, sino un torbellino, de estos últimos
momentos de la vida de Mishima se desprende el
olor de ozono de la energía pura.

Mishima o la visión del vacío, Marguerite Yourcenar



No deja de ser paradójico que alguien como yo escriba este prólogo. Lo digo por mi costumbre de no leer prólogos, prefacios o presentaciones, o dejarlos para el final, amén de renegar de los textos de solapas y contraportadas —siempre me parece haber leído otro libro—. Sin duda El almendro en flor roja merecía otro prologuista, se me ocurre que José Saramago, el escritor vivo más admirado por Pepe.

Pepe Criado pertenece a una generación a la que le tocó vivir, en su más incipiente juventud, el periodo histórico más crucial desde la Guerra Civil Española, y eso marca y diferencia, para bien y para mal. Y esa diferencia cualitativa ha hecho de él, una de esas contadísimas personas cuya trayectoria y evolución personal servirían para ilustrar el periodo que va de mediados de los años 70 a nuestros días, en cuanto a compromiso político, social, intelectual y artístico se refiere.
Todos los poetas —sí, poeta—tienen un origen y unas referencias, y Pepe Criado comenzó, como tantos, transitando la consabida senda del romanticismo y la poesía amorosa en sus años de adolescencia, para continuar con la poesía social hasta 1980, año en el que provoca una simbólica incineración ritual en la que pretendía no dejar ni un rescoldo de su obra pasada. Algo quedó.

Fueron los años en los que se caminaba por el lado salvaje. Por primera vez en la Historia de España, los movimientos musicales internacionales: el punk, la new wave y el mejor rock norteamericano llegaban en tiempo real y coexistían con los vinilos y casetes de los primeros grupos de la movida madrileña, el rock andaluz, los cantautores y las grandes bandas de los años 60 y primeros 70; la era dorada de la psicodelia, el movimiento hippy, la música progresiva y el underground. Sexo, drogas y rock and roll, sí, pero también literatura y arte de vanguardia, y la acelerada asimilación de toda la cultura que las cuatro décadas de dictadura franquista y el ancestral retraso español habían escamoteado.

Con el bagaje intelectual que le dieron los escritores del boom latinoamericano, la mejor poesía española, francesa e internacional, la narrativa y el teatro europeo más innovador, la beat generation y el realismo sucio; y en otro orden, el arte de vanguardia del periodo de entreguerras, el cine de Arrabal, Buñuel, García Berlanga, la nouvelle vague, el neorrealismo italiano, Pasolini y tantas otras influencias, se sumerge en un proceso creativo, coincidiendo con su estancia en Sevilla, que da comienzo a su obra de carácter más experimental: poemas fónicos, poesía visual, arte postal, acciones urbanas, happenings, performances e instalaciones, bajo el seudónimo de Miester Minio, su álter ego de los 80.

En 1985 comienza sus estudios sobre poesía y tradición oral de La Alpujarra—algo que fascina a Pepe desde que, siendo niño, su abuelo les contaba, a él y a sus hermanas, cuentos y fábulas al amor de la lumbre —ampliándolos posteriormente a otras partes de Andalucía, España e Iberoamérica, y centrándose principalmente en la poesía oral improvisada, vertiente esta, de la que es uno de los más importantes especialistas en lengua castellana. Publica diez volúmenes de esta especialidad, trabajo que concilia con la vuelta a la composición de poemas con un claro cariz trascendente que coinciden con su iniciación al estudio de la psicología transpersonal. En este periodo publica asimismo tres libros de autoayuda.

En consonancia con su militancia política y su compromiso social, a comienzos del tercer milenio trabaja como voluntario y posteriormente es contratado por Mujeres Progresistas de El Ejido, una de las escasas asociaciones que prestaba ayuda a los inmigrantes en la comarca del Poniente almeriense cuando se produjeron los llamados “sucesos de El Ejido” en febrero de 2000. De esta época data su segunda novela—su innominada primera novela es de 1983— El silencio de Fátima, que trata de las tribulaciones de un joven magrebí que llega en patera hasta las costas de Almería. En los últimos años, a su faceta creadora e investigadora, ha añadido la de asesor literario de varios autores, ayudándoles en la publicación de sus primeros libros.

La presente novela, la tercera de Pepe Criado, inicia una nueva etapa en su proceso creativo. Es sin duda la novela de un poeta—sí, un poeta—porque solo un poeta tiene la capacidad de aprehender el influjo de tan variadas disciplinas artísticas y asimilarlas a una narración, sin los corsés, prejuicios, complejos, miedos y cautelas que someten, a menudo, a los narradores más convencionales a la hora de enfrentarse a la experimentación y a la innovación formal y estructural. Sería algo más que contraproducente que en las líneas que voy a dedicar a esta obra revelara sus entresijos, pero me voy a permitir señalar algunas cuestiones.

Los temas de El almendro en flor roja son plenamente coherentes con la trayectoria anterior de Pepe Criado: el sexo, la muerte, la política, el compromiso y la lucha contra los convencionalismos sociales y el control religioso, el autoconocimiento, la relación con su entorno etcétera, aunque quizá la incorporación de un humor blanco, casi traslúcido, irónico pero no acre, represente una novedad. Un buen ejemplo de ello es la lúcida metáfora de un pueblo que vive en extraordinario éxtasis festivo, en una sostenida epifanía, que por decreto municipal durará un mes completo, en la más pura tradición surrealista hispana. Y hay más muestras de este humor blanco a lo largo de la novela.

Es también, sin dudarlo, su texto más complejo, y más meta-narrativo que meta-literario, en cuanto a que son tanto el narrador/introductor a través de sus personajes, como los personajes/narradores, los que reflexionan sobre la escritura de una novela “que se escribe sola”, empero, no convierte, las poco prolijas citas literarias, autores y teorías narrativas en el objeto principal de la novela. El espacio físico, la realidad, el deseo, los sueños, lo imaginario, lo ya escrito, lo que se escribe y escribirá, el tiempo presente, el pasado, el futuro, la plenitud, el vacío, el consciente y el inconsciente, la nada, los anhelos más íntimos; todo fluye en un continuum que trasciende la seguridad de lo absoluto.

No es raro, tratándose de un creador tan multidisciplinar, encontrarse con el uso de multitud de técnicas no específicamente literarias. En El almendro en flor roja aparecen, por ejemplo, técnicas musicales como una estructura contrapuntística en los primeros capítulos, con dos líneas melódicas, una en tercera persona y otra en una inusual y lírica segunda persona, o el uso del sampling, el collage sonoro que en uno de los capítulos se resuelve con la yuxtaposición de versos y estribillos de diferentes canciones. Asimismo son cuantiosos los ejemplos visuales usados a lo largo de la narración, fotos fijas, fundido en blanco: el pueblo, el espacio físico más reconocible va, a medida que trascurre la novela, diluyéndose hasta desaparecer como si del final de una secuencia cinematográfica se tratara. La imaginería religiosa se hace patente en el comienzo de uno de los capítulos con el remedo de una pietá estrictamente masculina en una de las escenas de sexo explícito, y son recurrentes las técnicas pictóricas o gráficas.

Se va acabando este prólogo y hasta ahora no había hecho mención a la importancia del erotismo en esta novela, el sexo como lucha contra las convenciones y normas sociales, pero también vivido como hedonismo trascendente, la ineluctable consumación de la pulsión de vida y la pulsión mortal, Eros y Tánatos en concelebración.

Este texto es pura energía a libre escape, energía que no atiende a convencionalismos ni literarios ni vitales, porque el autor extrae su contenido de la vida misma, sin necesidad de recurrir a juegos de espejo, tan comunes en la moderna ficción meta-mediática. La novela El almendro en flor roja, como las flores y tulipas del pintor José María Sicilia, de tan cercana y reconocible, discurre serena e indefectiblemente hacia la abstracción. Es la abstracta concreción de la novela de alguien que dejó de ser lo que no quería, un probo empleado de banca, para ser, con todas sus consecuencias, un creador, un artista, un poeta, sí.

PORTADA


EDICIONES LIBERTARIAS
www.libertarias.com